Mi tío era un ladronzuelo
que tenía el hobbie
de fabricar bombas.
Aunque era un tanto an*lfabeto
se las ingeniaba
y las hacía redondas.
Se encerraba todo el día
en su tallercito
a ver qué le salía.
Y a la noche cuando regresaba,
nientras se afeitaba,
así nos relataba:
Para decirles la verdad
hacer las bombas "A"
es un juego de niños.
Hacerlas explotar
se hace sin pensar,
me lleva apenas seis semanas.
En cuanto a las bombas "Napalm",
si he de decir verdad,
son las que me atormentan,
porque no alcanzan más
que un radio de acción
de cuatro metros con cincuenta.
Hay algo que no anda bien.
Volveré para el taller.
Dedicó toda su vida
y su sabiduría
a tal experimento.
Ni su madre, cuando puso
cohetes en su cama,
pudo distraerlo.
Hasta el día en que probaba
si un tornillo andaba
y le explotó en la cara
y, cubierto por las gasas,
tomando tisanas,
así se lamentaba:
A medida que envejezco
yo me avivo más
que mi cerebro falla.
Si he de decirles la verdad
yo que en lugar de sesos
tengo salsa blanca.
Tanto tiempo que he perdido
queriendo extender
el radio de mi bomba
sin haberme dado cuenta
que lo que interesa
es dónde se coloca.
Hay algo que no anda bien.
Volveré para el taller.
El día en que se enteraron
los Jefes de Estado
fueron de visita.
Y el tío se lamentaba
de que su inventiva
fuera tan chiquita.
Enseguida que entraron
él cerró la puerta
y les dijo "Cuidado!"
y cuando la bomba explotó
de esos personajes
ni sombra quedó.
Mi tío frente al resultado
y sin desanimarse
se hizo bien el burro.
Mas luego, frente al tribunal,
al ser interrogado,
se-se puso tartamudo:
"Señores, a decir verdad,
fue por casualidad
que yo metí la pata.
Mas juro ante dios
que amasijándolos
he servido a la Patria".
El Jurado lo entendió,
primero le condenó
y después le absolvió.
La población, en agradecimiento,
instantáneamente
le hizo un monumento.