Mi tío era un ladronzuelo que tenía el hobbie de fabricar bombas. Aunque era un tanto an*lfabeto se las ingeniaba y las hacía redondas. Se encerraba todo el día en su tallercito a ver qué le salía. Y a la noche cuando regresaba, nientras se afeitaba, así nos relataba: Para decirles la verdad hacer las bombas "A" es un juego de niños. Hacerlas explotar se hace sin pensar, me lleva apenas seis semanas. En cuanto a las bombas "Napalm", si he de decir verdad, son las que me atormentan, porque no alcanzan más que un radio de acción de cuatro metros con cincuenta. Hay algo que no anda bien. Volveré para el taller. Dedicó toda su vida y su sabiduría a tal experimento. Ni su madre, cuando puso cohetes en su cama, pudo distraerlo. Hasta el día en que probaba si un tornillo andaba y le explotó en la cara y, cubierto por las gasas, tomando tisanas, así se lamentaba: A medida que envejezco yo me avivo más que mi cerebro falla.
Si he de decirles la verdad yo que en lugar de sesos tengo salsa blanca. Tanto tiempo que he perdido queriendo extender el radio de mi bomba sin haberme dado cuenta que lo que interesa es dónde se coloca. Hay algo que no anda bien. Volveré para el taller. El día en que se enteraron los Jefes de Estado fueron de visita. Y el tío se lamentaba de que su inventiva fuera tan chiquita. Enseguida que entraron él cerró la puerta y les dijo "Cuidado!" y cuando la bomba explotó de esos personajes ni sombra quedó. Mi tío frente al resultado y sin desanimarse se hizo bien el burro. Mas luego, frente al tribunal, al ser interrogado, se-se puso tartamudo: "Señores, a decir verdad, fue por casualidad que yo metí la pata. Mas juro ante dios que amasijándolos he servido a la Patria". El Jurado lo entendió, primero le condenó y después le absolvió. La población, en agradecimiento, instantáneamente le hizo un monumento.