Sólo una temporada provisoria, tatuaje de incontables tradiciones, oscuro mausoleo donde empieza a existir el futuro, a hacerse piedra. Nada aquí, nada allá. Son las palabras del mago lejanísimo y borroso. Sin embargo, la infancia se empecina, comienza a levantar sus inventarios, a echar sus amplias redes para luego. Es una isla limpia y sobre todo fugaz, es un venero de primicias que se van lentamente resecando. Queda atrás como un rápido paisaje del que persistirán sólo unas nubes, un biombo, dos juguetes, tres racimos, o apenas un olor, una ceniza. Con luces queda atrás, a la intemperie, yacente y aplazada para nunca, sola con su aptitud irresistible y un pudor incorpóreo, agazapado. Para nunca aplazada, fabulosa infancia entre sus redes extinguida. Por algo queda atrás. Esa entrañable cede paso al fervor, al pasmo, al fruto, el azar hinca el diente en otra bruma, somos los moribundos que nacemos a la carne, a la sangre, al entusiasmo, nos burlamos del sol, de la penumbra, manejamos la gloria como un lápiz y en las vírgenes tapias dibujamos el amor y su viejo colmo, el odio, el grito que nos pone la vergüenza en las manos mucho antes que en la boca. El celaje se enciende. Somos niebla bajo el cielo compacto, insolidario, el asombro hace cuentas y no puede mantenernos serenos, apacibles, somos el invasor protagonista que hace trizas el tiempo, que hace ruido pueril, que hace palabras, que hace pactos, somos tan poderosos, tan eternos, que cerramos el puño y el verano comienza a sollozar entre los árboles. Mejor dicho: creemos que solloza. El verano es un.vaho, por lo tanto no tiene ojos ni párpados ni lágrimas, en sus tardes de atmósfera más tenue es calor, es calor, y en las mañanas de aire pesado, corporal, viscoso, es calor, es calor. Con eso basta. De todos modos cambia a las muchachas, las ilumina, las ondula, y luego las respira y suspira como acordes, las envuelve en amor, las hace carne, les pinta brazos con venitas tenues en colores y luz complementarios, les abre escotes para que alguien vierta cualquier mirada, ese poderhabiente. La vida, qué región esplendorosa. ¿Quién escruta la muerte, quién la tienta? A la horca con él. ¿Quién piensa en esa imposible quietud cuando es la hora para cada uno de morder su fruta, de usar su espejo, de gritar su grito, de escupir a los cielos, de ir subiendo de dos en dos todas las escaleras? La muerte no se apura, sin embargo, ni se aplaca. Tampoco se impacienta. Hay tantas muertes como negaciones. La muerte que desgarra, la que expulsa, la que embruja, la que arde, la que agota, la que enluta el amor, la que excrementa, la que siega, la que usa, la que ablanda, la muerte de arenal, la de pantano, la de abismo, la de agua, la de almohada. Hay tantas muertes como teologías, pero todas se juntan en la espera. Esa que acecha es una muerte sola. Escarnecida, rencorosa, hueca, su insomnio enloquecido se desploma sobre todos los sueños, su delirio se parece bastante a la cordura. Muerte esbelta y rompiente, qué increíble sirena para el Mar de los Suicidas. No canta, pero indica, marca, alude, exhibe sus voraces argumentos, sus afiches turísticos, explica por qué es tan milagrosa su inminencia, por qué es tan atractivo su desastre, por qué tan confortable su vacío. No canta, pero es como si cantara. Su demagogia negra usa palomas, telegramas y rezos y suspiros, sonatas para piano, arpas de herrumbre, vitrinas del amor momificado, relojes de lujuria que amontonan segundos y segundos y otras prórrogas. No canta, pero es como si cantara,
su espanto vendaval silba en la espiga, su pregunta repica en el silencio, su loco desparpajo exuda un réquiem que es prado y es follaje y es almena. Hay que volverse sordo y mudo y ciego, sordo de amor, de amor enmudecido, ciego de amor. Olfato, gusto y tacto quedan para alejar la muerte y para hundirse en la mujer, en esa ola que es tiempo y lengua y brazos y latido, esa mujer descanso, mujer césped, que es llanto y rostro y siembra y apetito, esa mujer cosecha, mujer signo, que es paz y aliento y cábala y jadeo. Hay que amar con horror para salvarse, amanecer cuando los mansos dientes muerden, para salvarse, o por lo menos para creerse a salvo, que es bastante. Hay que amar sentenciado y sin urgencia, para salvarse, para guarecerse de esa muerte que llueve hielo o fuego. Es el cielo común, el alba escándalo, el goce atroz, el milagroso caos, la piel abismo, la granada abierta, la única unidad uniyugada, la derrota de todas las cautelas. Hay que amar con valor, para salvarse. Sin luna, sin nostalgia, sin pretextos, Hay que despilfarrar en una noche —que puede ser mil y una— el universo, sin augurios, sin planes, sin temblores, sin convenios, sin votos, con olvido, desnudos cuerpo y alma, disponibles para ser otro y otra a ras de sueño. Bendita noche cóncava, delicia de encontrar un abrazo a la deriva y entrar en ese enigma, sin astucia, y volver por el aire al aire libre, Hay que amar con amor, para salvarse. Entonces vienen las contradicciones o sea la razón. El mundo existe con manchas, sin arar, y no hay conjuro ni fe que lo desmienta o modifique. El manantial se seca, el árbol cae, la sangre fluye, el odio se hace muro, ¿Es mi hermano el verdugo? Ese asesino y dios padrastro todopoderoso, ese señor del vómito, ese artífice de la hecatombe, ¿puede ser mi hermano? Surtidor de napalm, profeta imbécil, ¿ése, mi prójimo?, ¿ése, el semejante? Sindico en todo caso de la muerte, argumento Y proclama de la ruina, poder y brazo ejecutor. Estiércol. Por esta vez no he de mirar mis pasos sino el contorno triste, calcinado. Miro a mi sombra que está envejeciendo, la sombra de los míos que envejecen. El mundo existe. Con o sin sus manes, con o sin su señal. Existe. Punto. El mundo existe con mis ex iguales, con mis amigos-enemigos, esos que ya olvidé por qué se traicionaron. Tiendo mi mano a veces y está sola y está más sola cuando no la tiendo, pienso en los compradores emboscados y tengo duelo y tengo rabia y tengo un reproche que empieza en mis lealtades, en mis confianzas sin mayor motivo, en mi invención del prójimo-mi-aliado. Ni aun ahora me resigno a creerlo. No todos son así, no todos ceden. Tendré que repetírmelo a escondidas y barajar de nuevo el almanaque. Mi corazón acobardado sigue inventando valor, abriendo créditos, tirando cabos sólo a la siniestra, aprendiendo a aprender, pobre aleluya, y quién sabe, quién sabe si entre tanta mentira incandescente, no queda algo de verdad a la sombra. Y no es metáfora. Nada aquí, nada allá. Son las palabras del mago lejanísimo y borroso. Pero ¿por qué creerle a pie juntillas? ¿En qué galaxia está el certificado? Algo aquí, nada allá. ¿Es tan distinto? Lo propongo debajo de mis párpados y en mi boca cerrada. ¿Es tan distinto? Ya sé, hay razones nítidas, famosas, hay cien teorías sobre la derrota, hay argumentos para suicidarse, Pero ¿y si hay un resquicio? ¿Es tan distinto, tan necio, tan ridículo, tan torpe, tener un espacioso sueño propio donde el hombre se muera pero actúe como inmortal?