El cristal de mi pecera tan sólo lo ensucias tú,
cuando dices: Romero, qué solo estás,
no es pa tanto, haz el favor, abre la luz y cierra el gas,
que se van los churretes de sudor del ataúd,
y el olor de cantaores al llorar,
y mi luna de Jaén baja de luto a caminar.
Aceitunero el sol
y el cante de ese grajo que en mi garganta no quiere anidar,
aceitunero yo,
si un día fui camino, pues hoy muele molino y a rodar,
aceitunero el sol,
con dientes en las botas, mordiendo a las gaviotas al pisar,
vareando poetas para hacerlos hablar.
El morral donde guardo lo que he sido se perdió
con los callos del mango de la sartén,
mis alhajas, mi mortaja, con todo lo que ahora me da igual.
Me quedó una rienda hecha en cuero de tu piel,
el fragor de chiribitas al mirar,
unos pies de enredadera y ratoneras para el despertar.
Aceitunero el sol,
que prende los fogones del pecho del que lo quiere mirar,
aceitunero yo,
llenitos los bolsillos de aromas de membrillo y de galán,
aceitunero el sol,
muriendo a las mañanas cayendo de su rama a mi trigal,
para hacerme una lumbre.
Aceitunero el sol,
que se acuesta en los mares y siempre le quitan algún retal,
aceitunero yo,
que asusto a la simiente con mi voz de aguardiente al acunar,
aceitunero el sol,
el árbol de pesares que nunca deja ver el robledal,
aceitunero soy.
Y los sacos no dan abasto de olores,
de sillas de anea, de tantos sudores,
de anís y pestiños, de lechos de almendra,
de bolas de enebro, de más corazones,
no caben más gatos con sus cascabeles,
con sus noches muertas para que las vele,
no cabe ni siquiera la luz