Ese brasas infinito, ese brasas con boceras, ese brasas tan espeso que deseas que se muera ofende tu pituitaria con su halitosis inmunda. Como no tapes tu copa, con perdigones la inunda. La inunda. En tus tímpanos resuena su terrible ronroneo. En tu boca una mentira: "voy al water, que me meo" Pero el brasas, invencible, no se da por aludido y hasta el tigre te persigue. Te ha escogido ¡estás jodido! Jodido. Aterrado, te percatas del tostón que se avecina: el monólogo plomizo del relato de su ruina. Espesísimos efluvios le rezuman del sobaco.
Comienzas a plantearte mandarle a tomar por saco. Por saco. Ya te sientes mareado, ya te estás quedando mico. Te desmayan los rebuznos que profiere con su hocico. Como zombie de una peli nada acaba con su vida. ¡Que le corten la cabeza! ¡Es la única salida! Salida. Te despiertas aliviado, sólo fue una pesadilla y tú mismo diagnosticas: sobredosis de Jumilla. Pero luego, en el retrete, te recorre un sudor frío. El espejo nunca miente: el brasas eres tú mismo. Tú mismo (el brasas).