Mientras su madre se quemaba al sol el niño alérgico a la sal miraba al mar buceaba con los ojos. Se imaginaba sin camisa ni extremidades, sin nariz ni pantalón y dibujaba un pez. Se zambulló sin aguantar la respiración. Hay cuentos sin final y el que no quiera escuchar nunca sabrá no sabrá, si ha perdido el valor de preguntar. Con disciplina y resignación el viejo que vivía harto de vivir contaba sus pastillas. Envenenaba el aire a su alrededor
hasta que un día que fue el último a punto de dormir. Oyó su voz, su propia voz en la niñez. Hay cuentos sin final y el que no quiera escuchar nunca sabrá no sabrá, si ha perdido el valor de preguntar. Reconoció su propia voz y al entender se zambulló en la niñez sin aguantar la respiración. Hay cuentos sin final y el que no quiera escuchar nunca sabrá no sabrá, si ha perdido el valor de preguntar.