Irreversiblemente me elige
la caída
cada vez que intento, junto a ti,
resucitar.
Remuevo el alma, impulso latidos,
persigo a ciegas la alta luz
que un día, ¿cuándo fue?,
diseminó
sobre nuestras almas su hálito
divino.
Pero son en vano mis aspavientos
amadísimo cuerpo del alma...
caigo siempre, irreversiblemente,
como un cometa caigo
a las cenizas dispersas
de tu anatomía,
a los mismísimos restos
de aquel infierno, ya extinguido,
que también una noche,
¿cuándo fue?,
logró fundir nuestros cuerpos
transfigurados.