Irreversiblemente me elige la caída cada vez que intento, junto a ti, resucitar. Remuevo el alma, impulso latidos, persigo a ciegas la alta luz que un día, ¿cuándo fue?, diseminó sobre nuestras almas su hálito divino. Pero son en vano mis aspavientos amadísimo cuerpo del alma...
caigo siempre, irreversiblemente, como un cometa caigo a las cenizas dispersas de tu anatomía, a los mismísimos restos de aquel infierno, ya extinguido, que también una noche, ¿cuándo fue?, logró fundir nuestros cuerpos transfigurados.