Era la noche como un suave infierno de diablos borrachos cantando a la luna de Tepoztlán. Bajo el sombrero de un árbol de estrellas brotaban corridos de amores quemados bajo el volcán. Cuando llegaste, de pronto una luz de luna escarlata cayó en catarata desde una pirámide. Sobre tu pecho colgaba una cruz y como un consuelo arropaba tu duelo el calor de una clámide. Y nos dijiste: "permítanme, voy a quedarme cinco minutos, cinco minutos, los que me quedan, y olvido el luto,
cinco minutos, cinco y no más". Y esos minutos tomaron tequila, cantando, riendo, llorando a la luna de Tepoztlan. Y los relojes huyeron del tiempo cuando alguien te dijo: "Señora, las diosas nunca se van". Y despertaron al amanecer perdidos arrojos en tus negros ojos heridos por el dolor. Cuando dijiste: "amar no es perder", Sam Peckinpah, arriba, brindó con un "viva, Señora, ¡por el amor!" Y nos dijiste: permítanme... Knock, knock, knock, knockin' on Heaven's door...