Las cosas que me dices cuando callas los pájaros que anidan en tus manos el hueco de tu cuerpo entre las sábanas el tiempo que pasamos insultándonos. El miedo a la vejez y a los almanaques lo taxis que corrían despavoridos la dignidad perdida en cualquier parte el violinista loco, los abrigos. Las lunas que he besado yo en tus ojos el denso olor a semen desbordado la historia que se mofa de nosotros las bragas que olvidaste en el armario. El espacio que ocupas en mi alma la muñeca salvada del incendio la locura acechando agazapada. La batalla diaria entre dos cuerpos mi habitación con su cartel de toros el llanto en las esquinas del olvido las cenizas que quedan, los despojos del hijo que jamás hemos tenido. El tiempo del dolor, los agujeros el gato que maullaba en el tejado el pasado ladrando como un perro el exilio, la dicha, los retratos. La lluvia, el desamparo, los discursos los papeles que nunca nos unieron la redención que busco entre tus muslos tu nombre en la cubierta del cuaderno.
Tu modo de abrigarme el corazón la celda que ocupaste en una cárcel mi barca a la deriva, mi canción el bramido del viento entre los árboles. El silencio que eximes como un muro tantas cosas hermosas que se han muerto el tiránico imperio del absurdo los oscuros desvanes del deseo. El padre que murió cuando eras niña el beso que se pudre en nuestros labios la cal de las paredes, la desidia la playa que habitaban los gusanos. El naufragio de tantas certidumbres el derrumbe de dioses y de mitos la oscuridad en torno como un túnel la cama navegando en el vacío. El desmoronamiento de la casa el s**o rescatándonos del débil el grito que oradó la madrugada el amor como un rito en torno al juego. El insomnio, la ausencia, las colillas el arduo aprendizaje del respeto las heridas que ya ni Dios nos quita la mierda que arrastramos sin remedio. Todo lo que nos dieron y quitaron los años transcurridos tan deprisa el pan que compartimos, las caricias el peso que llevamos en las manos.