Podemos decir que sin exageración era algo extraordinario, la enfermera que cuidaba al bueno de Don Andrés Octogenario. El abuelo que enfrentaba con resquemor, perspectivas eternas en lugar de rezar miraba con fervor sus magníficas piernas. "Para siempre esta vez,"-dijo- "me voy a echar en brazos de Morfeo, ya no te veré más, no me puedes negar mi último deseo:" Con un hilo de voz, el enfermo expresó, su voluntad postrera no diremos cuál fue, sólo que ella accedió, ¡bravo por la enfermera...! Y fue al desabrocharse ella el quinto botón de los seis de la bata, que por la enfermedad, o bien por la emoción,
él estiró la pata... Pero lo grave estuvo, en que estiró algo más. Y un algo tan notorio que los deudos al verlo exclamaron: ¡jamás!, ¡jamás iremos al velorio!. Y al entierro tampoco porque al ataúd no habrá quien le eche el cierre, irse a morir así, en plena senectud y Andrés erre que erre. Nadie fue al funeral, nadie llevo una flor, nadie fue al cementerio y hasta escandalizó al mismo enterrador, que dijo: "Esto no es serio..." Y al pobre Don Andrés lo enterraron muy mal, entreabierta la caja la muerte lo abrazaba de un modo especial, lo que tampoco es paja...