Iba yo dando un paseo, pisando hojas muertas, camino de nada, por el jardín del deseo que es como la jungla, pero ajardinada, cuando, de pronto, a quién crees que vi: pues claro que a ti. Se te escapaban los rizos de un gorro de punto y estabas preciosa con los cabellos rojizos, los ojos silvestres, la labia jugosa, y en mí despertaste al depredador que quiso tu amor. Como la jungla es jardín sí se guardan modales, no te salté al cuello, pero es la jungla y, en fin, tú ya sabes de sobra que sí pensé en ello. Luego pensé que quizás fuese más delicado hacerte canciones, me vienen bien además para mi repertorio, para mis millones. Cogí la guitarra y me puse en acción, tuviste tu son. Como por arte de magia caíste en mis brazos, lo que yo decía, y aunque en tu son se presagia
que habría momentos de melancolía, nada decía de un punto final, así, radical. Si tu cantor no te quiso como tú querías que sí te quisiera, debiste darle aviso, no echarlo a la calle de aquella manera. Ahora sólo el recuerdo y un bloc amarillo te traen a mi alcance, creo que sé cuánto pierdo y estoy, cuerpo y alma, pasando un mal trance. Pintaste en tu bloc mi puesta de sol, cargada de alcohol. Voy otra vez de paseo, camino de nada, y me desconsuela que hoy que el jardín del deseo de nuevo es la playa, tú no estés, Adela. Nada, cariño, me va a consolar, orilla de mar. Veo pasar por aquí verdaderos prodigios en pechos hermosos, yo, pobrecito de mí sólo toco, y en sueños, los tuyos mimosos. Nada ni nadie me va a consolar, ni siquiera el mar.