En el Palacio de las Flores
había flores de todos los colores,
quedaba en Basavilbaso,
hace mucho que no paso por ahí.
Cerca del garage, cerca de la estación Retiro,
y de la Calle Florida y de la Plaza San Martín.
Qué florido es el Palacio de las Flores,
que yo lo veía desde afuera,
porque por entonces yo era un pendejo
que vivía con mis viejos.
Entonces la alegría no es una cosa nueva,
todo el tiempo por pasado fue peor.
Mucho matute de gorra en la calle,
mucho «no, señor» «sí, señor»,
en casa no teníamos televisión
y no había escrito una canción.
No me interesaba la pelota,
iba a San Telmo a comprar cosas viejas y rotas,
pero el papá de un compañerito
nos llevaba a ver a Independiente.
Era la época de Pastoriza,
Santoro y el Chivo Pavoni,
y el viejo de mi amigo que vivía en Ciudad de La Paz,
fue desaparecido y no lo volví a ver más.
Ojalá que estén vivos y bien
en el país de síganme,
«síganme, no los voy a defraudar»
a dónde, donde se cagó un conde
a donde los capos los crucifican
primero míralo al número 10,
pero no basta con abrir los ojos
para darse cuenta de todo a la vez.
Cuidado con las palabras que terminan con ina,
yo también quiero mucho a Argentina
aunque nadie me preguntó
si en Argentina quería nacer,
donde el que no come se deja comer.
La turrada que nunca termina
ina, guillotina, anfetamina y alquitrán.
Cómo nos dan, cómo nos dan en Argentina,
nos dan Boquita y ritmo tropical
y base para la latita en el extrarradio y en Capital.
Soy rockero, de potrero, ricotero, rioplatense
que se tense la cuerda del hambre
no alcanza ni para fiambre,
a conformarse con los olores.
Como en el Palacio de las Flores
donde se bailaba hasta reventar.
De algo hay que vivir,
con algo hay que gozar.
Como en el Palacio de las Flores
donde se bailaba hasta reventar