Rodando el Boulevard de Montparna**e
entre duendes de oro y en verano
la noche me propuso ir a bailar
con la complicidad del vino blanco.
Lo intentó desoyendo cada queja,
cada cántico triste y aprendido
cuando se sacudió "las hojas muertas"
un bolero encontró por el camino.
Un bolero en París, un arrebato,
de las doce a las tres está de fiesta,
cada cual, cada quien está girando
sin calado, sin red, sin etiqueta.
Un bolero en París, un desacato
que triunfal y febril se balancea
contaminando al próximo, al extraño
en la amoralidad de sus riberas.
Un bolero en París, la noche fue
un bolero francés.
La noche sin pudor llena de vida
se embriagó por demás de insinuaciones
y se dispuso a dar la bienvenida
a un sinfín de pecados y canciones.
Y cantó hasta que entró la madrugada
con su empeine cansado y ojeroso,
ni un acorde quedó para mañana
porque la noche y yo somos celosos.