Arrimando el cuerpo a la baranda
convocaba el sueño desde ya,
temiendo que se me escapara,
y animando el corazón de banda a banda
vi pasar un ángel de cabello mate
y de tez dorada.
Voló tan bajito, sobre mi ventana,
que fuera de quicio olvidé el oficio
y me fascinaba.
Solicito y tibio le inventé una cara
y, bajo sus ojos, descubrí el rocío
que se derramaba,
presentí el infierno que le acompañaba
y busqué remedios para la tristeza
que le derrotaba.
Lloraba bajito,
tan atribulada,
que fuera de quicio olvide el oficio
y me lamentaba.
¿Quién te dañaría
princesita fría de la madrugada?
¿Quién cegó la orilla
de tus energías sin saber sanarla?
Quisiera bordarte y encargarte
el resto de mis alegrías
pero, bien pensado,
para tanto duelo no te alcanzaría.
¿Quién te dañaría
princesita fría de la madrugada?...
Apretado el corazón, ya se alejaba,
no bastó mi instinto
para el maleficio que le adivinaba;
para el mal de amores o
para las desgracias
o para el desatino
no tienen sentido ni las esperanzas.
Y se fue tan bajito,
como si llegara,
que fuera de quicio olvide el oficio
y me derrumbaba.
¿Quién te dañaría
princesita fría de la madrugada?...