La ciudad donde uno vive
es algo más que una casa,
es compartir entre todos
toda la vida que pasa.
El oropel y la luna,
la desventura y la gracia,
las callejuelas oscuras
y todo el sol de la plaza.
La prisa siempre deprisa
deriva de alba con alba,
consumiendo la camisa
de la hormiga cotidiana.
Y el ""stress"" en el estrado
es el gran protagonista
de este circo abarrotado
de grandes equilibristas.
Digo Madrid, digo Paría y digo Londres,
y digo México, Distrito Federal,
la guillotina tiene siempre el mismo nombre
del ciudadano que no puede respirar.
La ciudad es como un río
de gente que se desplaza
de un extremo al otro extremo
al nacer cada mañana.
Por arriba y por abajo
circula el gran hormiguero,
cada cual con su trabajo,
cada cual con su sombrero.
Nadie se fija en el cielo
si amanece despejado,
todos saben por el suelo
si ha llovido o escampado.
Hay de todo y para todos,
pero todo tiene precio,
la cuestión es ver el modo
de seguir en el trapecio.
Sobre el asfalto no hay almácigo que brote,
aunque se riegue con la sangre accidental
de Sancho Panza, Rocinante o Don Quijote
cuando se cruza la avenida sin mirar.
Digo Madrid, digo Paría y digo Londres,
y digo México, Distrito Federal,
la guillotina tiene siempre el mismo nombre
del ciudadano que no puede respirar.
La ciudad donde uno vive
es algo más que una casa,
es compartir entre todos
toda la vida que pasa,
es compartir entre todos
toda la vida que pasa.