Esto que sigue no es mío, Que más quisiera que fuera, Me lo dejó un buen amigo Para que yo lo vendiera... Son versos de Cuaresma Que hablan de un pueblo dormido, Con música de un tocayo Que tengo allí, en Puerto Rico. Yo, por ser un trotamundos De norte a sur, de este a oeste, Confirmo que hay en el mundo Muchos pueblos como éste, Pueblos de clásica panza, Que guardan en caja fuerte Cualquier resto de esperanza Que les depare la suerte. Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo Donde mi pobre gente se morirá de nada Piedad, Señor, piedad Aquel viejo notario que se pasa los días En su mínima y lenta preocupación de rata; Este alcalde adiposo de grande abdomen vacuo Chapoteando en su vida tal como en una salsa; Aquel comercio lento, igual, de hace diez siglos; Estas cabras que triscan el resol de la plaza; Algún mendigo, algún caballo que atraviesa Tiñoso, gris y flaco, por estas calles anchas; La fría y atrofiante modorra del domingo Jugando en los casinos con billar y barajas; Todo, todo el rebaño tedioso de estas vidas En este pueblo viejo donde no ocurre nada, Todo esto se muere, se cae, se desmorona, A fuerza de ser cómodo y de estar a sus anchas. Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo Donde mi pobre gente se morirá de nada Sobre estas almas simples, desata algún can*lla Que contra el agua muerta de sus vidas arroje La piedra redentora de una insólita hazaña... Algún ladrón que asalte ese banco en la noche, Algún Don Juan que viole esa doncella casta, Algún tahúr de oficio que se meta en el pueblo Y revuelva estas gentes honorables y mansas. Piedad, Señor, piedad para mi pobre pueblo Donde mi pobre gente se morirá de nada.